16/5/11

Grigori


Grigori tachó la última fórmula de su cuaderno invirtiendo el tiempo suficiente para que no se pudiera leer nada de lo que había escrito. Después cerró los ojos y los apretó con sus dedos. Ya era muy tarde y hacía frío. Sólo en ese instante se dio cuenta de que el televisor seguía encendido.

Al entrar en el salón vio a su madre dormida en el viejo butacón, con la cabeza haciendo un escorzo imposible. En ese momento pasaban un anuncio de teletienda en el que un dóberman rabioso se calmaba inmediatamente cuando su dueño apretaba un botón rojo en un pequeño dispositivo. Sobreimpreso se podía leer “Por sólo 38.50$. ¡Cómprelo ya!”. La luz del anuncio dibujaba sombras siniestras sobre el rostro de su madre.

Se acercó suavemente hacia ella y dijo “Mamá, Mamá. Vamos Lubov despierta, hay que ir a la cama”. Recordó cuando era ella la que tenía que acostarlo separándolo de sus viejos libros de matemáticas. Entonces ella abrió los ojos y con un hilo de voz dijo “Ah mi jaguar, mi pequeño jaguar de huevos de oro. Mi poeta.” Hacía meses que Lubov no decía nada con sentido. Mezclaba recuerdos, lecturas y fantasía.

Una vez que la hubo acostado, Grigori volvió al bureau y escribió en su cuaderno "no es la gente que rompe los estándares éticos quienes se consideran extraños. Es gente como yo quienes son aislados".

Mientras, en el televisor, un tipo cortaba una lata de Coca-Cola con un cuchillo perfectamente afilado.







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