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zambullida en dirección contraria.
Nos duele periscopio el hambre de desmán"
Ayer caí derribado a la piscina con la rabia del tequila violeta
y sentí mis ocasiones agotadas
Mi amor estaba escuchando salsa y recordé tu nombre
habría alguien más
por quien desvincularme del verano
y arrojar el licor en la intemperie desasida Experiencia que ya nos separo
Tímida es una palabra que utilizan los hombres
para nombrar a una mujer temible
Abrazado a un barreño de plástico Tariq siente que el estómago intenta salirle por la garganta. Sin fuerzas para limpiarse las babas y los restos de bilis deja caer la cabeza sobre el suelo del camarote, entre las cajas de pepinos, los yogures y los refrescos que ruedan de un lado a otro. Y desea que la tormenta devore al barco. Desea desaparecer.
En ese momento una imagen viene a su mente: él de niño corriendo por una dehesa con una caja de galletas Artiach vacía en la mano. Tropieza y cae. Está solo y siente mucho dolor. Llora. Entonces nota una mano en el hombro, levanta la vista y ve a una niña de ojos verdes inmensos que le pregunta ¿Estás bien?
Nunca antes había visto a esa niña.
En medio del Cabo de Hornos, Tariq puede sentir el olor de las jaras y la hierba mojada, la caja de galletas vacía en la mano.
Sólo entonces, con la cara apoyada en un charco de vómito y atravesado de pies a cabeza por un recuerdo de infancia, Tariq es consciente de que nunca jamás encontrará el camino de regreso a casa.
Mindrelic - Manhattan in motion from Mindrelic on Vimeo.
mindrelic.comAndré Breton nunca comía yogur. Le encantaba, el problema no era de gusto. Es más, hubo épocas en las que podía alimentarse exclusivamente de yogur. Pero ya nunca lo comía. A Monsieur Tanguy, creador de las noches del yogur natural (todos los viernes a partir de las 20h), no había nada que le gustase más que escuchar la historia del origen de la aversión hacia el yogur de André Breton.
Cuéntalo, cuéntalo otra vez, por favor, por favor, por favor…
La historia era así:
Todo se remontaba a una tarde de verano en la que Breton, superando su inicial reticencia a mostrarse desnudo, accedió a acudir a una playa naturista en la que un grupo de intelectuales se reunía para tomar el sol y hablar sobre política y literatura. Tras varias horas al sol debatiendo acaloradamente, Breton decidió darse un chapuzón. Una vez dentro del agua, cuando ésta le cubrió hasta la cintura, sintió un escozor terrible (un escozor místico apuntaba siempre Dalí) en su pene. Una furia volcánica que nacía de su glande (aquí Monsieur Tanguy ya lloraba de la risa) que hizo que saliese corriendo del agua, retorciéndose, dando terribles alaridos.
Rápidamente el grupo de intelectuales se acercó a ver qué le pasaba, haciendo un círculo en torno suyo. ¿Qué sucede? ¿Qué sucede? Se preguntaban. Tal vez le picó una medusa decían unos, debe ser una reacción alérgica al yodo del mar se atrevían otros a diagnosticar. Así hasta que un poeta suizo de más de dos metros (el típico poeta suizo gigante y maricón apuntaba siempre Dalí) se arrodilló junto a Breton y le dijo. Tranquilo, ya pasó, deja que vea y posó una mano en su hombro. El tacto de la mano del poeta suizo causó un efecto analgésico en Breton, que dejó de gritar y apartó sus manos para que el poeta pudiese mirar.
Por Dios, cariño ¿quién te ha hecho esto? Comentó el poeta gigante suizo al ver la cicatriz de la polla de Breton, producto de una circuncisión chapucera, digna de un carnicero, a la que se sometió el Papa del surrealismo en la adolescencia para superar los problemas que le provocaba la fimosis (Anda que no se han hecho bufandas con lo que sobró en aquella circuncisión, apuntaba siempre Dalí) Pero esa es otra historia, la historia de la circuncisión de Breton. Bueno, mi amor. Continuó el poeta. A ti lo que te pasa es que has tomado demasiado el sol sin protección y te has quemado tu pequeña papillon (aquí Monsieur Tanguy se retorcía) Breton no daba crédito ¡y qué hago! Gritaba ¿Qué me va a pasar? Tranquilo mi amor, le dijo el suizo, esto se pasa metiendo la chorra en un cuenco con yogur, es lo mejor para hidratar, el yogur natural. Y así se pasó Breton tres días con sus tres noches con el pene metido en un cuenco con yogur (Buñuel nunca lo confesó, pero le encantaba imaginarse a André Breton con la polla metida en un cuenco de yogur) Y la cosa es que la quemadura mejoró, ya lo creo que mejoró. Pero desde entonces ya nunca volvió a comer yogur el bueno de Breton.